La dermatitis no tiene cura.

¿La dermatitis no tiene cura? Es cierto. Pero hay algo mejor: control.

Si estás leyendo esto, probablemente estés harto. Harto de los brotes, del ardor, de la picazón que aparece justo antes de esa reunión importante o esa cita que esperaste toda la semana. Harto de mirar tu cara, tus cejas, tu cuero cabelludo y pensar: ¿otra vez esto?

Te entiendo. La dermatitis seborreica no avisa. No golpea la puerta. Entra, se instala, y arruina la fiesta.

Y acá viene la frase incómoda, pero necesaria: la dermatitis no tiene cura.
Sí, lo dije. No se cura.

Pero eso no significa que no tenga solución.

El foco no está en la cura. Está en el control.

Lo que sí se puede hacer —y ahí está la verdadera victoria— es mantenerla bajo control. Que no decida por vos cuándo apareces en una foto. Que no condicione tu ánimo ni tu rutina. Que no te obligue a hacer un Zoom sin cámara.

Y eso se logra con constancia. Con hábitos. Con un tratamiento que se sostiene en el tiempo, pero que no dependa de que tengas que acordarte de mil cosas todos los días.

Acá es donde entra en escena nuestro superhéroe discreto: el Jabón de Aleppo.

¿Por qué este jabón y no otro?

Porque no es un jabón común, y tampoco es “uno más de esos productos naturales que te recomiendan en un foro”. Es una fórmula milenaria, hecha solo con aceite de oliva y aceite de laurel, que limpia profundamente, calma la piel irritada y la ayuda a mantenerse equilibrada.

Pero hay algo más importante todavía: funciona como hábito.
Porque está en tu ducha.
Porque no tenés que acordarte de nada.
Porque si te bañás (esperemos que sí), lo usás.

No hay excusas. No hay olvidos. No hay "uy, me la tendría que haber puesto anoche".
Está ahí, esperándote, cada mañana, como tu aliado silencioso en la guerra contra la dermatitis.

El problema de las cremas…

Es que hay que aplicarlas. Y acordarse de aplicarlas. Y volver a aplicarlas.
Y no usar maquillaje encima.
Y que no te dé el sol.
Y que no te roce la almohada.
Y que no te olvides el tubo en la otra cartera.

Con el jabón, no. Lo usás en la ducha, y listo. Cero logística. Cero excusas.
Y no solo ayuda a controlar la dermatitis, sino que además te deja la piel espectacular (aunque no tengas dermatitis).

La clave está en la constancia (y en no dejarlo para después)

Lo sabemos: a veces te dicen “esto mejora con el tiempo”, y vos pensás “sí, pero yo quiero resultados ya”.
Y te entiendo. Pero acá va lo bueno: los resultados se notan más rápido de lo que pensás, si sos constante. En pocos días, menos enrojecimiento. Menos escamas. Menos picazón.

Pero ojo: esto no es magia. Es ciencia + hábito.
Y como todo hábito, cuanto antes lo empieces, antes ves los cambios.

La oportunidad es ahora

Cada brote que dejás pasar sin tratar es un aviso. Un recordatorio de que tu piel necesita ayuda.
Y no hace falta cambiar toda tu rutina ni gastar una fortuna en dermatólogos. A veces, el primer paso es tan simple como cambiar el jabón con el que te lavás la cara (y el cuerpo, y el cuero cabelludo).

No esperes a que el próximo brote te explote en la cara (literal).
Empezá hoy mismo a tratar tu dermatitis como lo que es: una condición crónica que se puede controlar. Y que, si lo hacés bien, casi ni te enterás que está.

¿La dermatitis no se cura? No.

¿Se puede vivir en paz con ella? Absolutamente.
¿El primer paso? Está en tu ducha.

Probá el Jabón de Aleppo.
Tu piel te lo va a agradecer.
Y vos también, cuando mires al espejo dentro de unos días y no veas más zonas rojas saludándote.

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